Trujillo 20/10/09
Por Camilo Perdomo
EL ASESINATO POLÍTICO
Siguiendo con el discurso del autoritarismo conocido, hoy doy la distinción entre consecuencias de no tener opinión propia y seguir órdenes a ciegas. Tradicionalmente vemos el asesinato político si hay algún atentado y no cuando es una práctica cotidiana desde el gobierno o la oposición. La estrategia para ello tiene estas señales: descalificación del otro por narcotraficante, homosexual, borracho, vago, malandro, drogadicto, la esposa le monta cachos y otros. El objetivo del asesino es jugar con medias verdades, pero desde el gobierno la acción es puntual: negar trabajo en oficinas o empresas públicas; incitar al odio, manipular el rencor social como arma política y, lo más común, apoyándose en el discurso de psicólogos y psiquiatras a su servicio, diagnosticar desequilibrios mentales para justificar campos de exclusión. Esto se conoció en su forma básica en el nazismo y en su técnica con el estalinismo del socialismo conocido. Un especialista en este trabajo sucio fue el nazi Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz. Como en la era postmoderna el actual jefe del gobierno de Irán insiste en que no hubo el Holocausto con los judíos alemanes, con lo cual no hace sino aprovechar la desinformación y el olvido que hace estragos en la juventud de hoy, aquí se muestran algunas opiniones de ese funcionario para que usted se haga una idea de cómo distinguir claves del autoritarismo. Sobre todo porque la gente se acostumbra a sólo creer en las noticias oficiales o del poder de turno. Veamos: “…Le he preguntado (L. Goldensohn) que cuántas personas habían sido ejecutadas en Auschwitz en todo ese tiempo (1940 a 1943)”. Responde Höss: “El número exacto es difícil determinarlo. Yo calculo que alrededor de dos millones y medio de Judíos.” ¿Sólo Judíos? Sí. ¿Mujeres y niños tambien? Sí. ¿Y eso qué le parece? Höss se queda impávido e indiferente y, al repetírsele la pregunta respondió esto: “Yo recibía órdenes personales de Himmler” ¿Protestó usted alguna vez? No podía hacerlo. Las razones que me daba Himmler las tenía que aceptar. ¿Usted no tiene opinión propia? Sí (dice Höss), pero cuando Himmler nos decía algo, era tan correcto y tan natural que nosotros obedecíamos sin cuestionarle.” Observemos cómo al cumplir órdenes, sin tener opinión crítica, en el nazismo eso fue práctica para garantizar el aludido Holocausto. Obsérvese también que quitarle credibilidad a toda opinión contraria a la obediencia ciega tiene consecuencias a futuro. Con razón T. Adorno, quién conoció las actas de Núremberg, dijo que con lo ocurrido en Auschwitz no se puede volver a hablar de estética. En la Rusia de Stalin también hubo, en nombre del socialismo, el relato siguiente: “¡Pero estos hombres pueden morir! (Se refería un ingeniero, del campo de trabajos forzados, al maltratado prisionero que llegaba para ser reeducado en el socialismo) ¿Qué hombres?- sonrió el representante de la administración del campo- ¡Aquí no hay más que enemigos de hombres! Nótese el término
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